lunes, 4 de diciembre de 2017

Cervantes y José Luis Gómez LUIS MARÍA ANSON 5 dic. 2017 03:04







Si EL MUNDO preguntara a sus lectores quién es Pedro Franqueza, la inmensa mayoría no sabría qué responder. Todos, sin embargo, conocen a Cervantes y han disfrutado con la mejor escritura en español de la historia de nuestras Letras. Pedro Franqueza fue el Cristóbal Montoro del Rey Felipe III. Hizo alarde de su prepotencia, disfrutó cuando Cervantes padeció injusta prisión en Argamasilla y terminó, por cierto, sus días en la cárcel por delitos de corrupción.
Dentro de 200 años nadie sabrá quién es Cristóbal Montoro y Cervantes seguirá tan joven, tan actual y tan leído como ahora. A la efeméride del IV Centenario de su muerte, Montoro no aportó un euro y el Gobierno del que forma parte tampoco lo hizo, salvo alguna aislada excepción.
Cervantes es hoy el nombre más universal de la Historia de España, por encima de Felipe II, de Diego Velázquez o de Pablo Picasso. José Luis Gómez, nombre estelar del teatro español en la actualidad, lo ha entendido muy bien y ha tenido el acierto de abrir el escenario de La Abadía, respaldado por Rosario Ruiz Rodgers, a los Entremeses de Cervantes. El autor del Quijote comparte con Shakespeare la cabeza de la literatura universal y, aunque el cielo no quiso darle la gracia de la poesía, es el más grande novelista del mundo y un dramaturgo no desdeñable. De sus Entremeses solo había asistido yo a alguna lectura marginal y a los que puso sabiamente en escena Sonia Sebastián.
José Luis Gómez ha tenido el valor de promover La guarda cuidadosa y El rufián viudo, dos entremeses «nunca representados». Disfruté de la eficaz dirección de Ernesto Arias, de la escenografía de Javier García, de una interpretación coral casi sin fallos y de la voz exacta de Luna Paredes, todos con delicado respeto al lenguaje entremesil cervantino. Y, además, el aliento de José Luis Gómez, presente en el erizante espectáculo teatral de La Abadía. El autor del Quijote dedica un zasca a Lope de Vega y demuestra que, aunque lejos del Fénix de los ingenios y también de Calderón o de Buero Vallejo, su teatro se mantiene vivo. «...arrinconé en un cofre -escribe Cervantes refiriéndose a sus comedias- y las consagré y condené al perpetuo silencio». Pues no. El teatro del genio se representará, por lo menos una vez al mes, en la Sociedad Cervantina. Justo donde Juan de la Cuesta imprimió el Quijote en 1605 se está construyendo un teatro que llevará, por fin en Madrid, el nombre de Cervantes.

Luis María Anson, de la Real Academia Española.

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