viernes, 24 de noviembre de 2017

Epidemia porque tiene efectos devastadores en más de la mitad de la sociedad. Silenciosa porque son mayoría las mujeres que ocultan estas agresiones íntimas. “Tienen mucho miedo a que no las comprendan, padecen un gran sentimiento de culpa que no es algo congénito, sino que de alguna forma les llega desde el entorno. Un entorno en el que todavía se trata este tema con una frivolidad extrema, en el que aún se oye cotidianamente que ella se lo estaba buscando, que algo hizo; sobre todo cuando se trata de alguien conocido, un familiar, amigo, allegado, que es el 80% de las veces”, remarca Tina Alarcón, presidenta del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales de Madrid (CAVAS), que lleva casi cuatro décadas trabajando con mujeres que han vivido situaciones de abusos sexuales. Y el fenómeno es global. En todo el mundo el patrón de culpa y culpabilización, desamparo, incomprensión y desinformación es común.





Cinco supervivientes de violencia sexual rompen el silencio: “Contar mi agresión me ha ayudado a sanar”

Los abusos sexuales son una epidemia silenciosa con un alto coste social. Quienes los han sufrido suelen callar por la culpa, el estigma y el miedo. Algunas comienzan a hablar

La historia real de Ana (nombre supuesto), superviviente de abusos sexuales.
Alrededor de 120 millones de niñas en todo el mundo —más de una de cada diez— ha sufrido violencia sexual a lo largo de su vida, según datos recientes de Unicef. En Europa, una de cada diez mujeres ha sido víctima violencia sexual desde los 15 años; y una de cada 20 ha sido violada, según la última encuesta de la Agencia de Derechos Fundamentales de la UE (2014). A nivel mundial, una de cada 14 ha sufrido algún tipo de agresión sexual —abusos con y sin penetración, por ejemplo— por parte de alguien que no es su pareja, como apunta un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mayor informe global hecho hasta la fecha. Un marea abrumadora de cifras que, sin embargo, según las expertas, no ofrece la radiografía real de lo que consideran una epidemia silenciosa.
Epidemia porque tiene efectos devastadores en más de la mitad de la sociedad. Silenciosa porque son mayoría las mujeres que ocultan estas agresiones íntimas. “Tienen mucho miedo a que no las comprendan, padecen un gran sentimiento de culpa que no es algo congénito, sino que de alguna forma les llega desde el entorno. Un entorno en el que todavía se trata este tema con una frivolidad extrema, en el que aún se oye cotidianamente que ella se lo estaba buscando, que algo hizo; sobre todo cuando se trata de alguien conocido, un familiar, amigo, allegado, que es el 80% de las veces”, remarca Tina Alarcón, presidenta del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales de Madrid (CAVAS), que lleva casi cuatro décadas trabajando con mujeres que han vivido situaciones de abusos sexuales. Y el fenómeno es global. En todo el mundo el patrón de culpa y culpabilización, desamparo, incomprensión y desinformación es común. Estas son algunas de las historias de supervivientes de la violencia sexual. Mujeres que rompen el silencio con sus historias para acabar con el tabú y frenar la epidemia.

Ana: “Quien debía cuidarme y protegerme me robó la inocencia”

La primera vez que él entró en su habitación estaba dormida. Hacía frío y estaba tapada hasta arriba con el edredón. Han pasado 21 años, pero Ana ha vuelto a esa noche otras muchas. Puede ver el color de las sábanas, recordar que él llevaba un pijama azul. Con el paso de los años, ese recuerdo difuso al principio es cada vez más claro. La luz anaranjada que emitía la lamparita de la mesilla de noche, el gotelé de la pared. “Tenía siete años, era una renacuaja a la que le encantaba jugar a las construcciones y salir al patio, me sentía bastante feliz”, cuenta encogiéndose de hombros y aferrándose a la taza de té que tiene entre las manos largas y huesudas.
Hoy tiene 28 años y es una joven espigada de pelo negro y mirada color avellana. Le ha costado un lustro hablar de los abusos sexuales que sufrió por parte de un familiar muy cercano. Abusos que duraron hasta los 17 y que, explica, nunca ha contado a su madre ni a su hermano. “Es por eso que es mejor que me llames Ana”.
“Crecí como si fuera dos personas, una pequeña y asustada que recibía la visita de ese hombre y otra, risueña y habladora, temerosa de que alguien descubriese lo que estaba pasando”, cuenta. Y así pasaron los años hasta que, después de un intento de suicidio las “visitas” se hicieron menos frecuentes. Después, ella se marchó de su casa, en una ciudad española, a Madrid. Y apenas ha vuelto. Hoy, Ana se está recuperando. Lleva unos años en tratamiento por ansiedad y por el trastorno de la alimentación que sufre desde la adolescencia, algo muy común en personas que han experimentado abusos, según las expertas. “Cada día me digo que soy una superviviente, que he pasado por mucho y que puedo con todo, que ese hombre que tenía toda mi confianza, que debía cuidarme y protegerme, mi abusador —como me fuerzo a decir— arruinó mi infancia y me robó la inocencia pero no me va a destrozar la vida”, dice. “Somos muchas [1,4 millones, según una macroencuesta del Ministerio de Igualdad español, de 2015], no estamos solas”, afirma. Ana, sin embargo, sigue lidiando con la culpa. La misma que la acompañó durante años, cuando él le hacía regalitos que ella no podía rechazar y luego la llamaba puta por aceptarlos. También la culpa por callar durante tanto tiempo le impide hablar ahora dice. “Sé que si lo cuento todo va a cambiar y que aquellos a los que más quiero van a sufrir mucho”, dice.

Juanita Díaz: “Contar mi caso me ha ayudado a sanar”

Juanita Díaz frente a la Universidad Javeriana de Bogotá, donde fue agredida. ampliar foto
Juanita Díaz frente a la Universidad Javeriana de Bogotá, donde fue agredida. EL PAÍS
A Juanita Díaz le costó muchos meses asumir lo que le había ocurrido. A sus 19 años todavía no había iniciado su vida sexual cuando fue agredida por un compañero de clase en uno de los laboratorios de fotografía de la Universidad Javeriana de Bogotá, donde estudiaba Artes. “Yo estaba esperando a que se secaran las fotos de uno de mis proyectos finales. Estaba sola porque era la hora de comer. Él entró y me saludó, yo le conocía así que no sospeché nada”, cuenta la joven. Juanita es menuda, con unos enormes ojos castaños y la piel clara. Relata con voz tranquila cómo él bloqueó la puerta de uno de los cuartos, la agarró y le arrancó la blusa. “Yo me paralicé, estaba como en shock. Solo podía decirle que ya no más, que me dejara. Él, a gritos, me repetía que era una 'perra malparida”, dice.
Finalmente pudo escapar de la sala sin que él terminase lo que había empezado. “De los nervios no sabía ni dónde ir. Ese día no fui capaz de contarle a nadie. Más tarde dejé a mi novio porque no podía soportar tener cerca a otro hombre, me encerré en casa, tenía tanto miedo que llegué a ir con un destornillador en el bolso…”, cuenta. Cuando las clases se reanudaron tras las vacaciones volvió a ver a su agresor. “Me fui corriendo a baño a vomitar y me metí en casa. Sentía que estaba enloqueciendo hasta que una madrugada me rompí y se lo conté a mi hermano. Después a mi padre y a mi madre”, explica. Juanita empezó a tratarse del estrés post-traumático que padecía y denunció a su agresor. Primero a la Universidad y después a la policía. Tardó un año y medio en poder reportar el caso. Más tarde descubriría que ella no había sido la única, que el tipo había agredido a otra decena de chicas. La institución educativa terminó por expulsar al estudiante. Sin embargo, todavía hoy, cinco años después del suceso, no ha salido el juicio por agresión sexual.
Como en el caso de Juanita y de Ana, más del 80% de los abusadores son conocidos: familiares, amigos, allegados, incluso la propia pareja. Y ese es uno de los factores que contribuye a perpetuar el silencio. “Yo finalmente pude hablar. Contar que fui agredida me ha ayudado a sanar. Ahora soy una mujer empoderada”, dice. La joven ha escrito una canción, Despegas, fundado una organización para luchar contra los abusos en las instituciones (I de insistencia), hace acompañamiento a otras supervivientes y ha colaborado en la creación de protocolos universitarios para prevenir que otras pasen por lo mismo.

Macarena García. “Me avergonzaba decir que mi marido me había violado”

La sevillana Macarena García sufrió abusos por parte de su marido. ampliar foto
La sevillana Macarena García sufrió abusos por parte de su marido.
“Sufrí malos tratos durante años y si te da corte decir que te han pegado o insultado imagínate decir que te han violado. A mí me avergonzaba muchísimo. Hablar de sexo todavía no está normalizado, se ve como algo inadecuado”, dice Macarena García, de 48 años. Estuvo casada 23 con un hombre que la maltrataba física y psicológicamente. Y dentro de esa violencia física también había violencia sexual, como en la mayoría de los casos. “Al principio piensas ‘es mi marido y estas cosas hay que hacerlas así’, hasta que te das cuenta de que no eres un objeto sino una persona y que no tienes que hacer nada que no quieras”, reclamar Macarena, que vive en un pueblo de Sevilla y que desde que ha salido de la relación abusiva colabora con la Fundación Ana Bella de mujeres supervivientes.
Habla y lo hace porque sostiene que es importante romper el silencio para que aquellas que sufren sepan que no están solas. “Yo recuerdo noches de terror en las que terminaba cediendo a mantener sexo para que mis hijos no se despertaran. O cuando me decía que si quería dormir en la cama tenía que hacer lo que él quisiera”, cuenta. Macarena, que tiene dos hijos (18 y 19 años), explica que además, cuando terminó por pedir ayuda nunca nadie le preguntó por la violencia sexual. Que hablar de ella también fue algo que surgió con el tiempo y la recuperación: “No es una cuestión de sexo, sino de dominación, de poder”.

Sunitha Krishnan: “Ocho hombres abusaron de mí, pero para mi entorno la culpable fui yo”

Sunitha Krishnan.
Sunitha Krishnan.
Lo cuenta todo con una tranquilidad que abruma: “Cuando tenía 15 años fui violada por ocho hombres. Mi entorno, mi comunidad, me juzgó entonces como la culpable y no como la víctima de un crimen, decidieron que mi carácter no era bueno, que había hecho algo para merecerlo. Me aislaron, mi familia dejó de ser invitada a actos sociales. Me consideraban una prostituta”. La india Sunitha Krishnan tiene hoy 44 años, es una mujer bajita de la que emana un discurso poderoso y fuerte. “Después de aquello, prometí que no dejaría que eso me destruyese, que me recuperaría y dedicaría mi vida a combatir la violencia sexual, a visibilizar el tema y a ayudar a otras mujeres”, cuenta. Lo hizo. Sunitha ha fundado Prajwala, una organización que asiste a mujeres que han sido esclavas sexuales. “Mujeres que no han sido violadas una vez, como me ocurrió a mí, sino cientos de veces…”. Y desde su activismo exige a las instituciones mejores políticas de asistencia y de prevención. Y habla contra la culpa. La propia y la de la sociedad.
 No hay que educar a nuestras hijas para que se ‘cuiden’, sino a nuestros hijos para que  respeten"
“Si se puede, es importante hablar, romper el silencio", cuenta por Skype desde Hyderabad, donde tiene la sede principal de su organización. Ella no pudo denunciar a sus violadores ante la policía, no pudo acudir a los tribunales, pero sí cuenta lo que le ocurrió para ayudar a otras mujeres. "Es la única manera de cambiar las cosas. También educar, pero no a nuestras hijas para que se ‘cuiden’, sino a nuestros hijos para que no sean unos agresores, para que respeten. A que entiendan que si no es ‘sí’ es ‘no’.

Sindy Hernández: “No se me identifica como víctima porque no ando llorando y arrastrándome por el piso"

Cuando Sindy Hernández tenía cuatro años fue raptada en plena calle y violada. Sus padres, una pareja humilde de campesinos emigrados a Bogotá, tenían una cigarrería y ella se había escapado a jugar a la calle mientras los mayores trabajaban. Se dirigía a casa de una amiga cuando se la llevaron. “Recuerdo poco, pero me viene claramente una frase que me dijo mi agresor, que yo era ‘muy buena perra’. Esto rigió mi vida sexual desde esa fecha en adelante”, recuerda. Su familia nunca habló del tema. “Son muy conservadores y su manera de afrontarlo fue ocultarlo, como si nunca hubiese pasado”, dice la mujer, que ahora tiene 41 años.
Sindy Hernández, de 41 años. ampliar foto
Sindy Hernández, de 41 años.
A los diez años, un amigo de la familia engatusó a la pequeña Sindy, una niña rubia de grandes ojos azules, y la encerró en el baño. Allí la masturbó mientras él también se tocaba. “Fue listo, no me amenazó, me manipulo, me dijo que no le contara a los papás, que eso era lo que hacían los novios. No le volví a ver pero todo eso me forjó la personalidad. Terminé por asumir esa frase que mi primer agresor me había dicho y me volví alguien complaciente con mis parejas sexuales. Eso me convirtió en tremendamente susceptible de ser agredida”, remarca.
Después conoció al que fue su marido, un actor mexicano que tras el típico periodo de luna de miel también la maltrató. “Cuando ya estaba separada, hace tres años, fue cuando me di cuenta de que también él había abusado sexualmente de mí. No me cabía en la cabeza que pudieras ser violada si estabas casada, pero si no es sexo consentido es violación. Así que fui violada muchas veces dentro de mi matrimonio”, apunta.
Aún tiene miedo a su exmarido. No se ha recuperado del todo: “No se me identifica como víctima porque no ando llorando y arrastrándome por el piso, pero hay que sobrevivir y yo lo he hecho. Y sobrevivo porque lo cuento. Hablo para que este secreto que la sociedad normaliza por estar oculto salga a la luz y se vea como intolerable. Cada día me repito y repito a mi hijo, para que lo aprenda: 'tú vales, tu cuerpo es sagrado, tú decides quién te toca”.

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