Actualizado:La Mafia italiana no volvería a ser la misma tras el liderazgo de Salvatore Toto Riina, muerto en la madrugada del jueves en la cárcel de Parma, a los 87 años, después de dos operaciones quirúrgicas en las últimas semanas y cinco días en coma. Para bien o para mal todo cambió. Su banda de Corleone y él llevaron a la Costra Nostra a su era dorada a rebufo del tráfico de heroína, pero también la condujeron a su ocaso como consecuencia del pulso que esta organización criminal mantuvo con el Estado. El legado de uno de los capos más brutales de Sicilia, que actuó como un dictador militar dentro de la organización, es que hoy la Cosa Nostra vive el peor momento de su historia y ha sido desplazada en el tráfico de drogas por la Ndrangheta.
[Muere Totò Riina, el capo de los capos de la mafia]
El tráfico de heroína solapó a partir de 1975 los grandes negocios de la Mafia, esto es, secuestro, contrabando de tabaco y construcción ilegal. Para ello, la Cosa Nostra empleó los mismos canales del contrabando de tabaco, los pagos se gestionaron a través de los mismos bancos e incluso la heroína compartió los mismos contenedores. Simplemente cambiaron un producto ilegal por otro, manteniendo idéntico modus operandis. Escribe John Dickie en «Historia de la Mafia» (Debate, 2015): «La Cosa Nostra no entró en bloque en el negocio de la heroína. Ni se convirtió en una corporación multinacional de la heroína. en cambio, actuó como lo que es y lo que siempre ha sido, una francmasonería de delincuentes». Cada familia trató de aprovechar el auge por su cuenta, siendo la Comisión instalada en Palermo la única que ejercía de intermediario y juez entre las distintas bandas.
Asalto al monopolio de la heroína
Las grandes cantidades de heroína que pasaban y que se consumían en Italia elevaron en cuestión de una década esta droga a la categoría de problema nacional. En torno a 1980, Italia tenía en proporción más adictos a la heroína per cápita que Estados Unidos. Precisamente en EE.UU. el derrumbe de la French Connection (que había tenido en los narcotraficantes de Marsella su centro importador) permitió a los sicilianos meterse de lleno en el negocio. Aquí adquirió gran importancia el conocido como «Sindicato Transatlántico», cuyo poder resultaba aterrador e independiente de los mafiosos asentados en Sicilia.Cualquiera que deseara suministrar drogas en la Costa Este de EE.UU. debía hacerlo a través de ellos, que mantenían un trato directo con los productores asiáticos. Hasta entonces ningún clan mafioso había logrado acumular tanto poder, ni tampoco tantas envidias. Era cuestión de tiempo que alguien amenazara este monopolio. Un rebelde. Un psicópata...
Totò Riina, alias «el Corto» (por su corta estatura), ganó relevancia dentro de la Cosa Nostra a raíz de la oleada de secuestros que realizó junto a su banda en los años sesenta. Lo peculiar es que la gran mayoría de ellos procedía de Corleone, un pueblo del interior a unos 55 kilómetros de Palermo, que incluso hoy es cuna histórica de mafiosos.
Para superar sus problemas de liquidez, el grupo de Corleone se vio forzado a realizar una serie de secuestros entre importantes empresarios italianos. Si bien se trataba de un negocio muy rentable, como atestiguaba en esas mismas fechas la Ndrangheta calabresa, lo cierto es que la Cosa Nostra tenía sus reparos a la hora de cometer este tipo de crímenes. Los secuestros convertían a la Mafia en muy impopular entre la ciudadanía, atraían mucha atención policial y solía afectar a empresarios que, de una forma u otra, compartían negocios fraudulentos a veces con otras ramas de la organización. De esta forma, la Comisión de Palermo votó en contra de que se siguieran practicando más secuestros.
El rebelde Totò Riina desobedeció esta prohibición y demostró a toda Sicilia que aspiraba a un poder más allá de lo convencional. Representaba la rebelión contra el sistema establecido. Con el auge de la heroína, los corleonesi se propusieron estirar al máximo la tensión entre ellos, jóvenes aspirantes (en realidad las diferencias de edad no eran significativas), y la vieja guardia asociada con el «Sindicato Transatlántico». Stefano Bontate y Tano Badalamenti lideraban esta casta, el sistema establecido. Estaban conectados con los traficantes norteamericanos, tenían los contactos políticos y la riqueza. ¿Y qué tenía Totò Riina de su parte? La violencia más primitiva y las envidias acumuladas de otros mafiosos contra quienes controlaban el monopolio.
Exterminio de todos sus enemigos
A principios de los años sesenta, los corleonesi tuvieron la fortuna de que tanto Bontate como Badalamenti fueron encarcelados brevemente, dándole más espacio para realizar sus maniobras «al Corto». Y lo primero que hizo fue alistar para su bando a los capos que se habían quedado fuera del negocio de la heroína en América, entre ellos al jefe de Ciaculli, Michele Greco, alias «El Papa». Con su ayuda, los corleonesi lograron algo inédito en la historia de la Mafia en 1978: expulsaron (le hicieron un «posato») a Badalamenti, jefe de todos los jefes, de la Comisión de Palermo. El propio Michele Greco le sustituyó en este cargo de mediador y árbitro de las distintas familias.Tras asesinar de forma poco discreta a varios aliados de Badalamenti y Bontate, Totò Riina se encontró en 1979 con mayoría clara en la Comisión. Como todos los mafiosos, también los corleonesi adoraban revestir su mundo de tradición y dar la sensación de que eran los continuadores de algo que se remontaba siglos atrás. Controlar la Comisión les permitió descabezar con sutileza el poder de sus enemigos y sin salpicar más sangre. No obstante, aquella estrategia ligera solo era el prólogo de la mayor guerra entre mafias italianas que ha vivido el siglo XX.
El 23 de abril de 1981, Stefano Bontate fue acribillado a balazos cuando regresaba a su casa tras celebrar su 42 cumpleaños. Dos semanas después, Salvatore Inzerillo, otro cabecilla asociada con el Sindicato Trasatlántico, apareció con la cabeza tan destrozada por las balas que fue necesario identificarlo por un medallón de oro con sus iniciales. Incluso para la despistada prensa italiana era evidente que una guerra estaba en ciernes, o más bien un programa de exterminio orquestado por Riina. En 1981, un reguero de 148 cadáveres atravesó la isla de Sicilia. En los primeros meses de 1982, la cifra fue de 108 muertos y 112 desaparecidos.
La persecución de los enemigos de Riina iba dirigida a terminar con hasta el último miembro sobre la faz de la tierra de los clanes Inzerillo y Bontate. A uno de los hermanos de Salvatore Inzerillo le estrangularon cuando creía que estaba cerca de negociar la paz; a otro le decapitaron a balazos tras sacarlo a la fuerza de un restaurante de Trenton (New Jersey), mientras que a otro de solo 16 años le mataron no sin antes cortarle un brazo. El tío y un primo de Salvatore también desaparecieron para siempre.
Y ni siquiera necesitó Riina ejecutar directamente a muchos de estos asesinatos, puesto que para varios de ellos contó con la ayuda del Sindicato Trasatlántico. Esto era así porque el jefe de este grupo en Nueva York, John Gambino, se encontró en Italia una orden inapelable cuando fue a pedir explicaciones: si quería sobrevivir –exigieron los corleonesi– debían exterminar a los clanes con los que habían tratado hasta entonces. Únicamente traficarían, a partir de ese día, con ellos.
La estela de sangre dejada por Corto Riina en su ascenso a la cabeza de la Cosa Nostra no terminó ahí. El mafioso natural de Corleone impuso en el seno de la organización una especie de dictadura militar donde cualquier gangster crítico con la cúpula o demasiado poderoso corría el riesgo de ser asesinado. Ni siquiera el sicario más popular se libró de la purga. Pino Greco, conocido como «Zapatito», era el sicario que había acabado personalmente con Bontate y Salvatore Inzerillo. Y quien le cortó el brazo al hermano pequeño. Su notoriedad, sin embargo, le convirtió en el objetivo de los temores y sospechas de Riina, quien a finales de 1985 ordenó su ejecución.
La guerra al Estado es demasiado
Además de actuar como un dictador en su propia organización, Riina también se confrontó con otros grupos, metiéndose de lleno en las luchas de la Camorra en Nápoles, y con el propio Estado. La Cosa Nostra pagó muy cara la guerra contra el Estado librada entre 1979 y 1993. Los corleonesi contestaron al aumento de la presión policial y judicial matando en 1979 a cinco figuras públicas que se habían mostrado en contra de la Mafia: un periodista de sucesos, el líder del Partido Demócrata Cristiano en Palermo, un abogado, un policía y un juez. Lejos de amilanar a Italia, esta auténtica declaración de guerra llevó a una nueva generación de policías, jueces y fiscales a dar un paso adelante para perfeccionar las armas en la lucha antimafia. Muchos de ellos morirían por el camino.Diez años de matanzas indiscriminadas dejaron expuestos a la Cosa Nostra al mayor macrojuicio contra la organización en toda su historia. El resultado judicial a la dirección de hierro de Corto Riina fue que la cúpula de la honorable sociedad quedó a principios de los años noventa casi en su totalidad condenada a cadena perpetua. Otra cosa es que la policía fuera capaz de dar caza a los mafiosos fugados, quienes se juraron castigar a los responsables de su caída.
El 23 de mayo de 1992, una colosal explosión atrapó de lleno al convoy donde el juez Giovanni Falcone y su esposa volvían a Palermo. «Él será primero, después me matarán a mí», afirmó repetidas veces el magistrado Paolo Borsellino, otro de los impulsores del macrojuicio contra la Cosa Nostra. Por desgracia, no se equivocaba. Dos meses después de la muerte de su amigo y compañero, el 19 de julio, un Fiat 126 cargado de explosivos estalló frente a la casa de la madre del magistrado cuando éste acababa de llamar a la puerta. Él y cinco de sus escoltas murieron ese día.
Los asesinatos del general de los carabinieri Carlo Alberto Dalla Chiesa, del juez Giovanni Falcone y del magistrado Paolo Borsellino marcaron un antes y un después en la lucha contra la Mafia. Aquello era más de lo que un país de Occidente podía soportar. Corto Riina había sobrepasado las líneas rojas, que en Italia casi tocan el techo en lo que a grupos criminales se refiere; e incluso los políticos afines a la organización empezaron a distanciarse.
Gracias a nuevas leyes y estrategias, el Estado italiano inició la mayor campaña contra la Cosa Nostra jamás conocida: inmediatamente después de la muerte de Borsellino se mandó a 7.000 soldados a Sicilia a llevar a cabo trabajo policial. Entre 1992 y 1994, 5.343 personas fueron arrestadas bajo la ley antimafia Rognoni-La Torre. No obstante, la noticia estrella llegó en enero de 1993. El Corto Riina fue capturado cuando circulaba por una carretera en las afueras de Palermo tras estar huido desde 1970. Su chófer filtró a la policía la información necesaria para detener a «la Bestia», siendo uno de los muchos mafiosos arrepentidos que empezaron a colaborar con el Estado a cambio de una rebaja en su condena.
Hasta su muerte este 17 de noviembre, Riina permaneció preso en una prisión de máxima seguridad en Milán, con contacto limitado con el mundo exterior para prevenir que pudiera seguir gobernando su organización entre rejas como otros hicieron en el pasado. En sus últimos años de vida cumplió una cadena perpetua a la espera de que se resolviera otra decena de causas contra él, entre ellas la acusación de extorsionar al Estado. Se cree que es el responsable, en total, de más de un millar de asesinatos y que ha cometido personalmente 40 de ellos. De ahí que su mote de «la Bestia» sirva para apuntar lo que a todas luces parece la personalidad típica de un psicópata.
Las cenizas de la Cosa Notra, el legado
Desde el arresto de Salvatore Toto Riina «la Bestia»; los jueces antimafia, la policía, los carabineros han acumulado una serie de victorias históricas que han sumergido a la Mafia siciliana en su peor crisis. La captura también de Bagarella y Brusco, dos continuadores de la estrategia «pro masacre» (durante los meses posteriores al arresto de Riina, los Corleonesi detonaron bombas contra varias destinos turísticos y planearon volar la torre de Pisa), dejaron vía libre para que Bernardo Provenzano, mano derecha de Riina, iniciara una estrategia de «inmersión».Provenzano abandonó la guerra contra el Estado e intentó levantar de sus cenizas a la Cosa Nostra. Su estrategia fue calificada por él mismo como «caminar con zapatos acolchados» y mantener a la Mafia lejos de los titulares de prensa. La cifra de asesinatos cayó en picado como consecuencia de esta estrategia, sobre todo en el caso de los arrepentidos y sus familias. Su debilidad limitó, sin embargo, sus posibilidades de reconstruir la Cosa Nostra y, tras cuatro años de trabajo policial, fue capturado en Corleone, donde había establecido su último reducto tras verse lentamente acorralado. El viejo «Tractor» fallecido hace unos meses en prisión.
Hoy la Cosa Nostra sigue en proceso de renacimiento tras los convulsos tiempos de «La Bestia», mientras ve cómo la Ndrangheta acapara el interminable negocio de la cocaína. El marcaje policial sobre los sicilianos les ha impedido hacerse con un mercado que en otro tiempo les quedaba reservado y que los hubiera hecho más ricos y poderosos de lo que jamás lo han sido.
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