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OrenseActualizado:Oliver Laxe habla de forma pausada, rebusca siempre la palabra más adecuada. El cineasta ha regresado a Galicia para rodar su tercer largometraje, «Aquilo que arde», una película que acompañará a un incendiario que vive con su madre, cuatro vacas y un perro en las montañas de Os Ancares (Lugo). Premiado en Cannes por sus dos anteriores trabajos, «Todos vós sodes capitáns» y «Mimosas», Laxe (París, 1982) llevaba ya desde la ola de incendios que asoló Galicia en 2006 con la idea de realizar un film sobre el fuego. Once años después se vuelve a encontrar sobre la tierra quemada.
«Me apetece mucho comprender a un personaje denostado por la sociedad, demonizado. Cuando todo el mundo se pone de acuerdo contra alguien me saltan las sospechas», explica. Laxe espera que al final de la película aflore un sentimiento de empatía, que no de justificación, hacia el pirómano. «Si provoca sufrimiento es porque sufre. Le pasa a él y a todos nosotros, ¿o es que nadie aquí provoca sufrimiento?», indica. El cineasta vuelve a poner su mirada en un mundo rural que desaparece. Ya lo hizo en su anterior película, «Mimosas», pero desde Marruecos. Ahora rodará en la casa de su abuelo materno en los Ancares. «Tenía ganas de hacer un homenaje a esta tierra, de recoger gestos cotidianos que me conmovieron de pequeño. Hay mucha dignidad en el desapego y la aceptación del campesino ante una naturaleza indómita», explica. «Me gusta hablar de soberana sumisión, dos términos aparentemente antagónicos pero que están más cerca de lo que parece, y no me estoy refiriendo al derrotismo». Él contrapone esa dignidad al «infantilismo» de los habitantes de ciudad, que «creemos que lo controlamos todo y estamos, afortunadamente, también igualmente sometidos».
Tras convivir quince días con los brigadistas que apagan los fuegos en la provincia de Orense, Laxe reconoce que siente rabia e impotencia ante la tragedia. Pero él no buscará culpables. «Todos podríamos hacerlo mejor en lo relativo al trabajo de prevención de incendios. La complicidad social con el mito del progreso es para mi análoga al fuego destructor», señala.
Para Laxe los incendios representan ese «gemido de orfandad un mundo que muere». «La soledad juega un rol importante dentro de todas esas atrofias que tienen que ver con el rural. El desarraigo, la desestructuración es lo que provoca esos monstruos. Pero esto no son más que unas intenciones de partida, lo interesante es descubrir qué quiere la película, que quiero que me supere, como también nos superó el fuego este verano» Lo fácil, considera el cineasta, sería aprovecharse del drama. Pero él no busca hacer cine social o de denuncia, para eso, indica, ya están los activistas, los periodistas o los propios políticos. «El problema es que hoy en día los artistas participamos en esa histeria colectiva, tenemos miedo. Solo sin miedos y con distancia se puede llegar a entender la complejidad del mundo y superar las dialécticas del bien y del mal, de la culpa y la inocencia... el mundo sigue siendo un milagro», añade.
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